3/9/09

Prólogo

PRÓLOGO


22 de junio de 2991

Laboratorios Gen-Ethic

Lhasa, el Tíbet

—S

abéis lo que tenéis que hacer —dijo el Profesor Lyd por decimocuarta vez a sus hombres—. Os recuerdo, al principio os sentiréis mal, mareados, y más tarde una visión borrosa inundará vuestra mente; ese es el pasado. Debéis desenvolveros con soltura. No sabemos con certitud el clima exacto que podría hacer en esa época, así que —carraspeó un poco antes de continuar—, haced lo que tenéis que hacer rápido. Tendréis seis horas para volver, ya que el mecanismo de regreso a la época actual debe ser ejecutado desde donde estoy yo. Por lo que a las seis horas de vuestra partida, pondremos en marcha la máquina, y rezaremos porque estéis de vuelta y sabiendo que todo está solucionado. Recordad que éstos —miró a sus creaciones por última vez—, no son muy amigables, así que cuidado con ellos también. Suerte.

Aquellas palabras sonaron un tanto amargas en los oídos de aquellos cuatro valientes, tres hombres y una mujer, que se embarcaban en una aventura jamás conocida y de la que no tenían ninguna garantía de poder regresar. Los cuatro se miraron, se observaron y, en silencio, se desearon suerte.

Uno de ellos, Nid, miró su reloj para asegurarse de que quedaba poco para que se iniciase la cuenta atrás. «Hora: 19:50:42 Día: 22-06-2991». Sabía que quedaba poco. Como le había dicho anteriormente el Profesor Lyd, la misión comenzaría a las 19:55:00 del día 22 de Junio de ese mismo año, ni un segundo antes ni un segundo después. Nid no era científico pero sabía que si se había determinado el inicio de la misión en ese momento exacto sería por algo. Se aferró a lo que pudo antes de morderse un labio hasta sangrar, y pensó que no quería estar ahí, pero ni se movió. Miró en derredor suyo y pudo observar la causa de porque estaban ellos allí. Aquellas criaturas, creadas por él Profesor Lyd descansaban en sus jaulas de alta seguridad, alerta. Nid se dio cuenta entonces de que el ser humano, el hombre, había perdido frente a la naturaleza. Se dio cuenta también que los errores que comete el ser humano son siempre errores que paga el ser humano y que cada vez sus consecuencias ascendían. Sintió fuego en el pecho, su corazón se aceleraba. Esos últimos minutos se le hacían interminables. Quería irse, pero a la vez deseaba que no se pulsase el botón que daría comienzo a la misión. De pronto miró a su compañera de la derecha, Cue, y se percató de cómo una efímera lágrima se le escapo de uno de sus hermosísimos ojos azules recorriendo su cara hasta aterrizar en el suelo, aplastada.

Cue lloraba. Estaba triste. Sabía que la misión era importante, pero tenía miedo de no poder regresar. La habían entrenado como a los demás y se sentía unida al equipo. Pero deseaba poder estar en casa, aunque sabía la de destrozos que habían acontecido a la cuidad tras la evasión de alguna de las criaturas del Profesor. Le dio la mano a Nid, la sintió cálida y apacible, y consiguió relajarse un poco. Se fijó en el suelo, algo mojado por culpa de sus lágrimas, y tembló. Giró la cabeza a su izquierda, más allá de Nid pudo ver a Fray, tembloroso.

El pobre de Fray temblaba de frío. No era miedo lo que sentía sino un pequeño escalofrío que le recorría de vez en cuando la espalda hasta incomodarle. Y ese frío le hizo estornudar. Los otros tres compañeros que con él estaban le miraron y sonrieron. No habían vuelto a cruzar sus miradas desde la comida, la cual no había estado cargada de largas conversaciones sino de todo lo contrario. Pisó fuerte el suelo para estabilizarse y volvió su vista al frente. Allí solo encontró más jaulas llenas de criaturas enormes, de extraños colores y formas, y sintió pánico. No era normal en Fray, pero lo sintió. Se había convencido a si mismo de su heroicidad, y su valentía aún latía fuerte en su pecho pero aún así se estremeció como los demás. Cerró los ojos, y al abrirlos giró su cabeza hacia la izquierda, y vio a su compañero y amigo Lenn. Le observó detenidamente y buscando su mirada le sonrió.

Cabizbajo se encontraba Lenn. Él buscaba una pizca de consuelo en el suelo negro como el hollín y, como cada vez que miraba hacía abajo, encontraba silencio. Sintió lástima por si mismo, por haberse dejado convencer para estar ahí; un sitio que realmente no era el suyo. Pero se sintió orgulloso, o eso intento sentirse durante unos segundos hasta volver a mirar abajo de nuevo encontrando la misma negrura silenciosa de antes. Vaciló un momento y volvió su vista al frente y, dejando escapar tímidamente una lágrima, resopló.

Ahora los cuatro, juntos, esperaban a que el Profesor Lyd se dispusiera a presionar el botón que les haría retroceder años, miles de millones de años atrás para solucionar aquel grave problema. Sino fuera por esa misión, toda la cuidad hubiera sido destruida expandiéndose los daños de forma colateral al resto del planeta. Pues como había acontecido ya antes a la humanidad, muchos excesos del hombre habían llevado a la especie al límite de la extinción.

El Profesor Lyd parpadeó un instante para que no se le secasen los ojos y recordó catástrofes que antes le habían acontecido a aquel planeta que tan valioso para él era. Rememoró, cómo cuando era pequeño, el frío era apabullante y no se podía apenas respirar. Se hablaba entonces de los efectos posteriores al cambio climático que recalentó al planeta, provocando más tarde una pequeña glaciación a la que unos cuantos sobrevivieron, hasta poder repoblar de nuevo parte de la Tierra. La vida desde entonces no había sido lo mismo. Él oía a sus padres decir cómo todo aquello tenía su origen a principios de milenio, lo cual le hacía mucha gracia cuando era pequeño. Fue en estas conversaciones con sus padres donde descubrió su verdadera vocación en la ciencia. Al principio, no estaba muy seguro, de si encaminar su vida hacía la parte de la ciencia más física o a la parte más biológica. Al final acabó decantándose por la biología y, en esos instantes, cuando se encontraba triste, preparándose para iniciar aquella misión, se sintió mal y defraudado consigo mismo. Nada de aquello hubiera sucedido; las destrucciones, las muertes, el terror que asolaba la cuidad, si él no se hubiese dejado llevar por la lujuria de la ciencia.

Fue Nid quien miró de reojo al Profesor Lyd y pudo ver como acercaba su dedo índice de la mano derecha a un botón rojo, muy grande que tenía justo en frente. Pudo observar, aunque se encontraba bastante lejos de donde se encontraban todos los científicos, cómo una gota de sudor recorría la montañosa frente del Profesor Lyd. Tuvo que elevar su cabeza unos grados par darse cuenta de ello, ya que los cuatro, se encontraban en una plataforma, junto a todas las criaturas del profesor, unos metros más baja que la cabina de control de los científicos. La plataforma era bastante grande. Aparte de albergar a los cuatro, tenía que albergar a las parejas de criaturas de todas las especies creadas por el Profesor Lyd.

No era fácil vislumbrar donde terminaba o comenzaba la plataforma. Aunque ellos no lo sabían, realmente era un donut gigante metálico; un acelerador de partículas muy moderno. Ya habían desarrollado hace siglos el choque de partículas a altas velocidades hasta poder llegar a separarlas. El gran progreso es que ahora sabían como volver a unirlas, y esto conllevaba un salto en el tiempo. Este salto dependía del tiempo que se mantuviesen separadas las partículas del cuerpo que se quería transportar. Así se podía viajar más o menos al pasado, pero nunca al futuro. Era un sistema complejo, que alrededor del siglo XXVI, acabó siendo perfeccionado por los Profesores Gemoz y Deiz. Estos científicos fueron los más aclamados de la época, ya que revolucionaron las necesidades del momento. No fue utilizada hasta el siglo siguiente por primera vez, con éxito. Se consiguió trasladar una manzana una semana atrás, y a los pocos segundos del suceso, pudieron ver como la manzana estaba podrida, causa de que había estado una semana al aire libre. Ese fue el primer logro que se consiguió. Más tarde probaron con animales, hasta llegar al ser humano. Fue Tanm Dusbei el primer hombre que viajó al pasado. Su misión consistió en regresar un siglo atrás y tomar fotos como prueba de que allí había estado. E, igual que las anteriores pruebas, fue satisfactoria.

Años más tarde, la máquina para viajar al pasado se puso en desuso. No interesaba mucho, para los científicos de la época, enviar cosas, animales u hombres al pasado. Todavía era pronto para que eso reportase algún tipo de beneficio. Pero todo eso cambio cuando las primeras investigaciones del Profesor Lyd. El Profesor Lyd fue el número uno de su promoción, lo que le llevó a lo más alto dentro de su carrera en la medicina.

El altavoz que comunicaba la cabina de control, donde se encontraban los científicos, con el habitáculo donde se encontraban los cuatro, se activó por última vez.

—Suerte. —Eso fue lo último que oyeron los cuatro valientes antes de sumergirse en la negritud del tiempo.

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